Celebración de los 30 años del ICHPA

Noviembre 2019

María Elena Sota 

[1] Apuntes para una ponencia que fue presentada el 9 de noviembre de 2019 en el marco de la celebración del 30 aniversario del ICHPA, en Santiago. El título corresponde al nombre de la mesa de apertura de dicho evento.

[2]  El título inicial de la mesa era: “Historia y clínica actual del psicoanálisis en Chile” . Título que los organizadores del evento cambiaron ante la realidad acaecida a partir del 18 de octubre.

“ Todo lo que es importante, llega de manera imprevista”. Jorge Alemán

“ Ahí donde está el peligro, crece también lo que(nos) salva”.  Friederich Hölderlin.

“Con tres heridas yo:  la de la vida, la de la muerte, la del amor”. Miguel Hernández.

“Soledad: común”. Jorge Alemán.

“Nuestros verdaderos maestros fundamentales son nuestros pacientes”. Marcel Czermak.

“Toda historización es una reconstrucción. La historización del neurótico organiza una coherencia en la novela que se cuenta a sí mismo”. Danièle Brillaud.

“Estamos peor, pero estamos mejor, porque antes estábamos bien, pero era mentira;

no como ahora que estamos mal, pero es verdad”. Graffiti en una pizarra, aparecido los primeros días luego del Estallido.

Ante este nuevo título para abrir estas jornadas [1], me digo: ¿Cómo no? Nuestro trabajo, nuestro vivir es en el mundo. No podíamos mantenernos ajenos en nuestras presentaciones, en nuestro decir, a lo que nos está ocurriendo ahora a todos : este tiempo raro, distinto al habitual, donde cuesta ubicarse temporalmente: ¿qué día es hoy?  A menudo no sabemos si estamos en la vida que llamamos real o bien en un film. Se ha dicho “Chile despertó”. Sin duda despertar de un letargo para entrar de lleno en algo parecido a una pesadilla, dada la angustia que nos surge. Pero no es del todo una pesadilla, pues está poblada de luces, de colores. Pienso en la primavera. Todo este movimiento social en nuestro país se da en plena primavera, una llena de fuerza verde y multicolor en los jardines, en las plazas, en las calles. Me he dicho más de una vez a lo largo de estos días: nosotros tan alterados, incluso por momentos desorientados, tan perturbados y…la Naturaleza pareciera seguir su curso inexorable: las rosas, los jazmines, los lirios, las malvas, los dedales de oro en todo su esplendor. Sí, pero sabemos que los humanos estamos perturbando, poniendo en grave peligro a la Naturaleza misma. Esto también ha sido puesto de manifiesto en estos días, como una dimensión de la que urge hacerse cargo. Luego recordé otros tiempos, a propósito de historia: Paris en aquel mayo, primavera del 68, la primavera de Praga del mismo año, también más recientemente la llamada primavera árabe y seguro otras que olvido o desconozco. Las primaveras y su fuerza transformadora, renovadora, aunque luego lo que venga sea complejo.  Quien dice primavera, dice vida, vida en contrapunto con la muerte. Me parece pertinente situarnos allí.

Historia. Importante tenerla presente para aprender de ella, para ser un poco más humildes y no creer que estamos nosotros inventando la pólvora! ¡Pólvora! Las palabras vienen y resuenan.

Y con el psicoanálisis viene la pregunta: ¿es posible aprender? ¿O estamos condenados a repetir? Tomo posición: creo que es posible aprender, pero eso requiere un trabajo permanente, estando advertidos de que el mecanismo de la negación puede operar y de que pulsan en nosotros fuerzas antagonistas; que el trabajo que supone la relación con el otro, con el distinto a mí, es enorme, enorme.

Ahora mismo, para preparar mi presentación me he puesto a leer y he descubierto mi ignorancia – una de las pasiones humanas, nos enseña Lacan. Mi ignorancia respecto a la historia misma del psicoanálisis en mi país. Ya me referiré a eso más adelante. Historia oficial, historias. Yo me abastecía de mis pequeñas referencias, sintiendo que me bastaban para desenvolverme. Pero no, al estudiar, motivada por la invitación a este encuentro, se me ha ampliado la perspectiva. Eso me brinda aire y  alegría, si bien varias veces me ha dejado perpleja. En estos días pensaba cómo inciden en la mirada que tengo de las cosas las radios que decido escuchar, la prensa que leo. Obviedad, pero en momentos como estos se hace muy patente. ¿Cómo? ¿qué? ¿no sabías que..?   El sesgo.

Hay lo que ha estado pasando en los grupos de whats’app. ¿Me salgo? ¿Me quedo a pesar del desencuentro?

Lacan en una de sus sentencias famosas y provocadoras decía: La comunicación no existe. ¡Y sin embargo!  No sólo no nos queda otra, pues solos no podemos existir, sino que  hablar, hablarle a alguien, hablar con alguien puede procurar placer. Escuchar a otro puede procurar calma. Freud decía: “hay más luz cuando alguien habla”. Eso supone disponerse a escuchar. Disponerse. Hacer silencio en mi cabeza para oír tal vez algo nuevo.  Todo un ejercicio.

Sin embargo todos tenemos un límite respecto de lo que podemos escuchar, ante  lo que nos resulta audible, legible. Lo sabemos en tanto analistas. Sólo que en estos días eso aparece con crudeza.

Un poco de todo esto y de mucho más se han tratado estos días.

Muy difícil vivir en un estado de excepción. Nos saca de nuestra zona de confort. Nos revuelca como una ola del así llamado océano Pacífico.

Nos obliga a abrir ojos y oídos. Alertas.

Sin embargo podemos, podemos si queremos, tomarlo como una oportunidad. Para detenernos y volver a mirar justamente.

Lacan, en un momento dado, en pleno tiempo de guerra en Europa  – podemos pensar que en un intento de reflexionar en salidas al horror – planteó lo que llamó un tiempo lógico. Él distinguió el instante de la mirada, el tiempo para comprender y el momento de concluir, el cual ha de desembocar en un acto. En su texto Lacan sitúa este despliegue del tiempo encarnado en tres personas que están juntas ante una disyuntiva:  la  posibilidad de salir de prisión. Se trata así de un  proceso colectivo, no de un sujeto aislado, dando a entender  que nadie puede “salvarse” solo. Esta enseñanza me ha acompañado estos días, donde lo que hubo inicialmente fue un tiempo del actuar: Actos desenfrenados, respuestas, reacciones casi automáticas y gravemente desproporcionadas.  Un vuelco en aquel tiempo “lógico”. Pienso que como en toda crisis:  el tiempo patas para arriba.

Sin embargo hoy, 6 de noviembre, un paciente me decía, como si me hubiese leído: “no es necesario comprender primero, uno puede entender en la medida en que va participando”.

Dialéctica del sujeto y la multitud.

Tiempo de un colectivo manifestándose, actuando. En seguida ¿en seguida?   Ya el tiempo lineal no me convence… los sujetos, cada uno, como pueden, enfrentándose a los hechos, a lo que cada quien alcanza a ver. Sujetos afectados, sintiendo,  recordando, intentando pensar…. “Entre lo que dicen mi marido, mis padres, mis amistades, ¿dónde me ubico yo?”, me decía con mucho dolor una paciente.

Luego hemos sido invitados  por la ciudadanía misma  a juntarnos esta vez ya no para actuar, sino para hablar: decir y escuchar en los cabildos. Tal vez nos encontramos ahí con la palabra en tanto acto, tomar la palabra. Hoy, 30 de octubre, seguimos convocados como ciudadanos a marchar, pero también a darnos un tiempo para reunirnos con otros a intercambiar nuestras palabras,  a proponer caminos, acompañándonos.  Un segundo tiempo. Tiempos y lugares distintos que pueden articularse.

También en los lugares cotidianos, en las filas que se armaron los primeros días ante algunos almacenes o supermercados la gente se ponía a hablar. Una paciente me decía: “toda la gente conversaba”. Conversar, qué linda palabra.

En el tiempo de los what’s app, donde parece que nos estamos acostumbrando a “conversar” virtualmente, hoy sorpresivamente nos volvemos a hablar esta vez mirándonos a las caras. En los cabildos, en los encuentros espontáneos de la vida de todos los días en este tiempo excepcional, en el micrófono que se le ofrece a un ciudadano en la radio o en una plaza, la palabra en primera persona surge  y me recuerda  la película “la Batalla de Chile” de Patricio Guzmán. Ahí se recogía la palabra de aquellos que durante siglos no habían tenido derecho a la palabra. Un paciente me decía: “la legítima dignidad de las personas”.

En el título de esta mesa aparece la palabra conflicto. Diría que ese significante está en el meollo del psicoanálisis. Así nos lo enseñó Freud desde el primer día. No voy a declinar la palabra conflicto en los diversos ámbitos en los que se manifiesta desde el inicio mismo de la vida.  Como sea, el conflicto siempre nos molesta. Hay que tomar partido, hay  que escoger, hay que ceder. Sí, pero ¿hasta dónde?

A veces el conflicto desborda, nos  sorprende, nos estalla en la cara. Como ahora.

El grupo al que pertenezco, el Grupo PLUS, tenía presupuestadas unas jornadas de trabajo con una colega invitada que venía de Francia, la psiquiatra y psicoanalista Danièle Brillaud. Las jornadas debían comenzar en Santiago el lunes 21 de octubre. Un seminario para los participantes que asisten habitualmente a nuestras actividades y dos actividades de extensión en lugares públicos. Pero el conflicto social estalló. ¿Qué hacer? ¿Anular todo? ¿Recluirse en nuestro local y trabajar como si nada? Decidimos –  y eso supuso esfuerzo – trabajar con nuestra colega, los que quisieran, los que pudieran, en un vaivén permanente entre el  intercambio de información acerca de lo que iba ocurriendo, un tomar posición al respecto y el estudio, la transmisión de una enseñanza que habla ¿de qué? de sujetos con su propio malestar. Los tiempos de nuestro trabajo cambiaron, debimos suspender las actividades de extensión. Pero no suspendimos todo. Nuestra manera de aportar a nuestra sociedad era dar lugar, de algún modo, a que circule el pensamiento psicoanalítico que puede enriquecer el abordaje del real que a todos nos aqueja, incluido el  crudo real actual.

Conflicto social que nos concierne. Por primera vez  en muchos años en nuestro país, los diversos grupos psicoanalíticos  sacaron su voz y tomaron partido. Arriesgaron sus palabras escritas ante el conjunto de la sociedad.  Un psicoanálisis no aséptico.

Estoy segura de que Sigmund nos apoya en esto.

Pienso en la Iglesia en tanto institución  y su silencio de estos días. La iglesia católica jugó un papel fundamental durante la dictadura con su palabra de denuncia de lo intolerable, de lo inaceptable y con sus actos de defensa  de los perseguidos. Hoy, producto de sus propios escándalos en relación a graves abusos, ha perdido su autoridad moral. Felizmente hemos podido leer declaraciones de varios sacerdotes que, en nombre propio, toman posición para protestar ante la desigualdad y la humillación de la dignidad de las personas. Es un aspecto importante, me parece: cuando la institución no da el ancho, siguen estando las personas, los sujetos uno a uno que pueden posicionarse y expresarse de un modo u otro. Creo que esto nos da para pensar, a nosotros en tanto analistas.

 Hoy nos toca abrir nuevos espacios para que personas muy vulneradas en estos días puedan ser escuchadas y acompañadas en su elaboración de lo vivido.  Es una tarea que muchos analistas,  uno a uno y en tanto institución, estamos asumiendo.

Y en el día a día de nuestro trabajo, seguir acogiendo a nuestros pacientes. Para darle cabida cabal a su palabra. Como les sea posible.  A menudo a tropezones, con palabras y voces que a ellos y a nosotros sorprenden, conmueven. Varios pacientes también me dijeron algo así como: “perdone, pero y usted, ¿cómo está?”, pregunta que cada vez respondí.

¡Qué extraordinaria oportunidad he tenido en estos días de asistir a procesos de primavera en mis pacientes!  Vérselas con el miedo y la confusión, coraje para mirar y mirarse,  dejar una antigua piel, hablar en primera persona asumiendo su enunciación. Una joven paciente me decía: “estaba arrimada a mis padres. También ellos tienen que aprender de nosotros y nosotros de ellos”.  A su vez una paciente mayor me decía:  “han surgido diferencias con mis hijas”. La primera continuaba: “Hay distintas cosas pasando a la vez: lo bello y lo horrendo”. “Hay una catarsis grande”. “Difícil olvidar una cosa así”.  La  palabra catarsis y la dimensión del olvido nos conciernen. Otra paciente hablaba de intensidad, sensación de irrealidad, entusiasmo y angustia, sentirse como en un partido de fútbol o en un concierto de rock pesado. Sentido de pertenencia en una multitud,  pero también miedo al otro con las lacrimógenas,  sensación de estar en algo tóxico.  Decía que había palpado de cerca el goce en la destrucción. Un paciente se encontró preguntándose: “Y esta gente con metralletas gigantes, ¿de verdad también son humanos?”  Otra paciente hablaba de la belleza del estar todos preocupados.  Una paciente ya no tan joven decía: “es primera marcha a la que voy en mi vida. Este malestar tan profundo me convocó”. Sentirse convocados, concernidos de una u otra manera. Estar todos preocupados.

La dimensión traumática aparece también: “nunca olvidaré esa imagen”. Esa paciente se refería al instante en que vio a su hijo arrodillado con los brazos detrás de su cabeza, detenido por militares en una estación de metro. Fuerza de la palabra nunca, que ahora nos interroga. Habíamos acordado como país un “nunca más” y sin embargo.

Un paciente que no iba a protestar decía que lo que está ocurriendo lo cuestiona, que se siente viviendo en una burbuja y que todo esto lo hace pensar, repensar su manera de vivir. Por esto constato y confirmo que el psicoanálisis es una potente herramienta para interrogarse: aún si me parece que algo no me concierne directamente, en la medida en que vivo con otros, porque si no, no vivo, me interroga lo que escucho y veo. En definitiva, también me concierne; es también una posibilidad para mi. De esa belleza creo que hablaba una de las pacientes.

Dos afirmaciones se desprenden hasta aquí:

En  momentos de crisis los analistas somos convocados a vérnoslas con una temporalidad otra.

El psicoanálisis tiene vocación de transformación: mirar, comprender para desembocar en un hacer. ¡Todo un trabajo!

Me parece pertinente para el momento que estamos viviendo, traer algunos retazos de la historia del psicoanálisis en nuestro país.

ICHPA celebra hoy una trayectoria de 30 años. ¿Cómo no marcar el hito? Seguramente un camino no sin conflictos. Pienso que  lo interesante para nosotros radica en el modo en que  estos son enfrentados. Sigue siendo un desafío para los psicoanalistas resolver nuestras dificultades de un modo…¿de un modo qué? De un modo diré creativo, superando exclusiones, superando sobre todo caer en la tentación repetitiva de descalificar a unos e idealizar a otros. Más de una vez he leído que la historia del psicoanálisis ha sido sangrienta. ¿Es posible aprender algo? ¿Hemos aprendido algo? Personalmente pienso que sí. Pero el tema de las instituciones tiene su dinámica propia y las instituciones analíticas no son una excepción. ¿Cómo no ser ingenuos y sin embargo poner a disposición del trabajo algo de lo que el mismo psicoanálisis nos enseña para movernos en la relación con otros?

La formación de los clínicos contempla considerar cómo es que un día nació la clínica. Foucault nos recuerda que en la etimología de la palabra clínica se encuentra kline, cama.  Clínico: aquel que trabaja con quien yace en una cama. Me alumbra recordar esto. La cercanía con quien está en una situación de sufrimiento. Y la apuesta de un alivio de dicho sufrimiento a través de la relación que se genera en ese encuentro. A partir de ahí la clínica y sus vertientes. El psicoanálisis si bien nació con un médico, es distinto de la medicina, se desenvuelve en un campo diferente.

Para saber dónde estamos parados, para correr menos el riesgo de repetir ciegamente la historia, contamos con más de un libro y varios textos de investigación sobre la historia del psicoanálisis en Chile. Cito tres libros:  Cuarenta años de psicoanálisis en Chile. Biografía de una sociedad científica, de Eleonora Casaula, Jaime Coloma y Juan Francisco Jordán, del año 1991. Psicoanálisis en Chile, construcciones y relatos de Diego Blanco y Oscar Fierro, del año 2014, el que a través de entrevistas a clínicos, aporta a una memoria de la práctica del psicoanálisis en Chile, dando en particular voz a precursores de la enseñanza de Lacan en nuestro país. Por último, Freud y los Chilenos de Mariano Ruperthus, del 2015, que investiga el  largo y rico recorrido de la presencia del psicoanálisis en Chile desde 1910 hasta la creación de la APCh en 1949.

Cito también el artículo “La dictadura militar en la historia oficial del psicoanálisis chileno: sobre la construcción de un pathos discursivo”, de Esteban Radiszcz, Mara Sabrowsky y Silvana Betö de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, del 2014.  Es un artículo relevante que interroga el decir y el actuar de los analistas y de su institución respecto a lo que vivía nuestro país durante la dictadura. Por último menciono el artículo “Psicoanálisis durante la dictadura. La Asociación psicoanalítica chilena ante la desaparición del Dr. Gabriel Castillo Cerna”, de Silvana Vetö, del 2012. Cito este último trabajo por la importancia del tema: un psicoanalista desaparecido y lo poco que los analistas hemos dicho al respecto.

Hay estudios entonces. Y son más de los que señalo. Lo agradezco. Nos toca leerlos y debatir con ellos. Para mi esto se torna indispensable.

El psicoanálisis es  muy antiguo en Chile, en relación al advenimiento de esta disciplina en el planeta. Aquí se propagó por diversos espacios públicos, entre los cuales hospitales y universidades. Finalmente nació un instituto de formación de psicoanalistas. ¿Por qué nace en un momento dado un grupo psicoanalítico? ¿Por qué se rompe en un momento dado un grupo psicoanalítico?

Por varias décadas hubo un único lugar de formación de psicoanalistas en nuestro país. Se encontraba en la capital. La APCh, reconocida por la IPA. Algunos de sus miembros enseñaban en las universidades de Chile y Católica, en sus escuelas de psicología y también de psiquiatría. ¿Había en el siglo XX, antes de la década del 80, alguna presencia de psicoanalistas trabajando en provincia? Lo ignoro. Siempre hay sorpresas.

Sí  he aprendido que tanto Germán Greve como Fernando Allende Navarro, los primerísimos analistas chilenos, venían el primero de Valparaíso y el segundo de Concepción. Ignacio Matte-Blanco, al igual que los dos analistas recién citados, se formó en Europa y a su vuelta a Chile fue uno de los principales fundadores de la APCh. Alrededor de 20 años después de fundada esa asociación, Matte-Blanco deja la institución que ayudó a forjar y se va del país para no regresar nunca más. En el extranjero desarrolló un trabajo notable y reconocido en Europa. ¿Cuál fue el conflicto que suscitó su partida? ¿Cómo se enfrentó ese conflicto? ¿Cómo se enseña esto hoy? ¿Podemos aprender algo de esto?

Yo llegué joven a Santiago de Chile a fines de 1980, retornando de un exilio en Francia, donde había comenzado mi formación. En esa época la APCh seguía siendo el único lugar de formación sistemática de psicoanalistas.  En el hospital El Salvador, donde hice una práctica en el servicio de psiquiatría dirigido en esa época por un psiquiatra psicoanalista, el doctor Hernán Davanzo, había una efervescencia de grupos de estudios. Algunos de estos grupos eran animados por psicoanalistas que no estaban en la APCh. Creo que esto siempre existió y existe hasta el día de hoy: al margen de las instituciones, ha habido y hay clínicos, me refiero a psicoanalistas, que ejercen su oficio y que inclusive a veces desarrollan una transmisión del psicoanálisis. Jacques Lacan dice que un analista debe autorizarse a sí mismo o por sí mismo y…por algunos otros. Es una de las clásicas sentencias de este maestro. Por sí mismo es fundamental, ante sí mismo podemos decir. Asumiendo su propia soledad, su propia responsabilidad. Sin embargo Lacan agrega:  y por algunos otros. Esos “algunos otros” pueden ser los compañeros de institución, sus mayores o bien compañeros de ruta no necesariamente institucionalizados. Otros que me reconocen, que confían en mí, en mi trabajo y me respaldan, otros con quienes trabajo.  Me puedo formar apoyándome en alguien o incluso contra alguien, pero no puedo formarme solo.

En los primeros años de la década de los 80, la APCh –  que era, como decíamos LA referencia del psicoanálisis en Chile – me parecía una institución bastante cerrada. No recuerdo actividades de extensión dirigidas a un público más amplio. Tal vez me equivoco. No había planteamientos de psicoanalistas que hiciesen escuchar su voz más allá de su círculo. Eran años de dictadura aún. Hubo psicoanalistas despedidos de sus puestos de trabajo en universidades y hospitales, por persecución política. Hubo un psicoanalista desaparecido. El psicoanálisis estaba muy ensimismado. Recuerdo haber echado de menos alguna columna escrita por un o por una psicoanalista  en alguno de los diarios o revistas de oposición que circulaban en ese tiempo.

En el año 87, justo un año antes del Plebiscito del Sí y del No, llegó a Chile, a su capital, la primera enseñanza sistemática de los planteamientos de Jacques Lacan. Llegó de la mano de un psicoanalista belga: Michel Thibaut. Fui invitada a estudiar con él a un grupo donde había varios francófonos. Yo ya me estaba haciendo amiga de las enseñanzas del psicoanálisis de procedencia inglesa y norteamericana –  lo que circulaba en ese momento en los medios psicoanalíticos chilenos – pero quise ir a ver qué traía este analista que volvería a ponerme en contacto con mis primeros pasos en el psicoanálisis dados en Francia. En efecto, en el GIEP (Grupo de investigaciones y estudios en psicoanálisis) me hice un lugar.

Nos toca vérnoslas con el hecho de que nuestra disciplina llega a nuestras latitudes  desde allende los Andes. Desde el día uno.  Luego podemos recorrer su camino de mestizaje. ¿Cómo es que este corpus de ideas encontró resonancia en Chile? He ahí un punto interesante: nuestras relaciones a menudo de dependencia con los desarrollos teóricos producidos lejos de nuestra realidad. Actualmente cada vez hay más producciones locales, analistas chilenos escribiendo, arriesgando su propio decir. Como sea,  toco una dimensión que  trasciende a nuestro oficio, me parece y que tiene que ver con el país que hemos sido, que  somos y hacemos.

En el libro de Mariano Ruperthus he descubierto para mi asombro, que en las primeras décadas del siglo XX hubo varios actores y en definitiva autores chilenos que hicieron su propia lectura y difusión de la obra de Freud y de algunos de sus seguidores. Autores conservadores y otros proclives a aportar cambios a la sociedad chilena. Fueron jueces, juristas, criminólogos,  médicos, políticos, escritores, pedagogos.  Muchos de ellos escribieron libros ¡Toda una riqueza que desconocía y que me temo muchos desconocemos!

¿Sabemos que la Asociación Médica de Valparaíso apoyada por la así llamada Alianza de Intelectuales de Chile para la Defensa de la Cultura, con Neruda a la cabeza, le mandó en 1938 una carta a Freud para ofrecerle el asilo de Chile en momentos en que se avecinaba la II Guerra?

¿Sabemos que el Dr. Alejandro Lipschutz, fisiólogo comunista de origen letón que adquirió la nacionalidad chilena y radicado en Concepción, tuvo una larga correspondencia con Freud, pues este último se interesaba en los trabajos científicos de Lipschutz acerca de la sexualidad humana? Lipschutz fue uno de muchos chilenos que difundieron las enseñanzas del psicoanálisis en nuestro país.  Todo esto ocurría antes de la institucionalización del psicoanálisis en tanto escuela formativa para el ejercicio de ese oficio. Queda así de manifiesto que el psicoanálisis trasciende a las instituciones: hospitales, universidades, agrupaciones de psicoanalistas. El psicoanálisis entendido como una corriente de ideas que permea la cultura de un país, va más allá de las instituciones y creo importa tenerlo presente. El psicoanálisis no es monopolio de ninguna institución.

Tal vez venga al caso citar aquí una frase de Alejandro Lipschutz: “La ciencia, hasta en sus manifestaciones más sublimes, no es cosa de lujo, sino es para servir al hombre”.

Conozco de primera fuente lo que ocurría con nuestra disciplina durante la dictadura. Respecto del tiempo de la Unidad Popular e incluso antes, en los 60,  ignoro cuál fue el aporte del psicoanálisis en tanto mirada que puede y debe decir y hacer algo respecto al devenir social y cultural. Parece ser que el psicoanálisis inserto en espacios públicos se pasmó en un momento dado, alrededor de los años 60. ¿Es así? Y si así fue, ¿por qué?

Vuelvo a  un punto inicial para mí: cuando  me encontraba entrando en el psicoanálisis , las enseñanzas  que recibí tuvieron un efecto de impacto en mí, en particular la perspectiva lacaniana. Hay asuntos de diversa índole que nos impactan. ¿Qué hace uno luego de un impacto? Te caes al suelo y te quedas ahí casi atontado con ese algo “tan”… Creo que algo así me ocurrió a mi. Sabemos que la fascinación puede enceguecer, paralizar, alienar. Sin embargo uno puede  recogerse a sí mismo y comenzar a hilvanar algo propio a partir de ese impacto y de otras hebras que va encontrando en su camino.

A nivel país, seguro que mucho de lo que nos ha llegado y llega de afuera nos impacta. La llegada del psicoanálisis posiblemente también tuvo algo de ese orden. Tanto mejor en este caso pues el psicoanálisis pienso que fue creado para despertar. Nada de sencillo eso. Solemos seguir durmiendo, sujetados de las muletas que nos hemos construido. Recordemos una vez más aquella frase atribuida a Freud al llegar a América del Norte. Habría dicho : “no saben que les traemos la peste”.

No creo que quienes llegaron mucho antes de España a América Central se hallan dicho eso: ellos más bien estimaban que traían la Buena Nueva…

Aquella frase de Freud suele ser leída como “ vamos a cuestionarles sus certezas”. Sí, sin duda. A mi me sigue gustando pensar que ha sido una peste – hoy se diría un virus –  que ha enriquecido, no una peste que enferma.

Michel Thibaut, el belga llegado a Chile en parte motivado porque en su país había conocido a  refugiados que venían de Chile, animó sostenidamente un primer grupo de estudio sobre psicoanálisis. Llegamos a sacar una revista: El discurso psicoanálitico. Thibaut fue recibido en el hospital psiquiátrico por el Dr. Rafael Parada; en el hospital El Peral por el Dr. Martín Cordero, que retornaba de su exilio en Londres; en la facultad  de psicología de la Universidad Diego Portales por su decano, Domingo Asún. Realizamos actividades en el servicio de psiquiatría del hospital El Salvador. Éramos un grupo pequeño que hacíamos muchas actividades, entre ellas algunas de extensión en el Instituto francés, destinadas a un público amplio. Intentábamos hacer cruces, diálogos con otras disciplinas, otros campos. Desde 1988 nuestro grupo invitó a colegas provenientes sobre todo de Francia, cuya mayoría pertenecían a la Asociación Lacaniana Internacional, entonces llamada AFI. Con ellos organizamos varios coloquios en lugares públicos. A esos eventos acudieron a veces, en tanto expositores invitados, algunos psicoanalistas  que entonces estaban en la APCh. A poco andar de la aparición en la escena capitalina de este joven grupo de psicoanalistas lacanianos , nació…el ICHPA. Algo se movía en el ambiente psicoanalítico santiaguino, para no decir chileno.  Claramente algo se estaba moviendo en Chile. Ya había ganado el NO.

Las enseñanzas de Lacan llegaron de la mano de Thibaut en 1987. Él armó una actividad sistemática y sostenida en el tiempo de transmisión del psicoanálisis, tanto dirigida a personas que deseaban formarse en tanto analistas, como a un público más extenso. Sin embargo antes de él, otras personas ya habían traído algo del aporte de Lacan a Chile. Al menos me consta de Rafael Parada, pero no me extrañaría que en circuitos de filosofía y arte ya haya habido ecos de este autor.

Con Thibaut aprendí que la clínica psicoanalítica podía contribuir a la dignidad de las personas.  Permitirle a alguien que diga lo suyo, como pueda; darle valor a los dichos de quien se dirige a nosotros, escucharle atentamente. Si es posible, acompañarle para que se atreva a mirar sus propias contradicciones y a hacer algo con esto. Con esa premisa el trabajo clínico podía desarrollarse tanto en el consultorio tradicional de un psicoanalista, como también en el consultorio periférico de un sector popular. Esto era una apertura, una invitación a trabajar en  contextos muy variados. A propósito de esto, recuerdo una frase ya no sé de quién, que dice: psicoanálisis es lo que hace un psicoanalista. Me parece elocuente para indicar que una vez que uno se ha ubicado y ha sido ubicado en el lugar de psicoanalista – principalmente son los pacientes quienes nos ubican allí – uno se dispone de un modo tal de favorecer el trabajo antes mencionado: que el paciente mismo se escuche en su dignidad de persona que tiene algo que decir, algo de lo que hacerse cargo también. Y para eso, el psicoanalista hace como puede. Según se lo permita su canastito de recursos, adquirido en su trayecto formativo y de vida, tomando en consideración el contexto en el que se da el encuentro con el paciente: hospital psiquiátrico, servicio de alguna especialidad médica, consultorio público, consulta privada o aún otros.

Asumir esa responsabilidad, la de acompañar a alguien en el encuentro con su propia intimidad supone coraje y también prudencia, palabras que no suelen ir juntas. Agreguemos otra: angustia. La probable angustia del clínico ante su responsabilidad; angustia por trabajar a veces con lo más abyecto de alguien; angustia porque no hay ninguna garantía de que estemos orientando correctamente el trabajo; angustia porque somos tocados por la humanidad con todos sus colores que se pone de manifiesto cuando alguien se dispone a este trabajo. Uno de mis maestros, Marcel Czermak, habla de la angustia irreductible que supone nuestro quehacer.  Su metáfora es “la libra de carne” que ha  de pagar el clínico cuando debe ocuparse de un paciente. Decía prudencia, pues necesitamos  humildad ante lo fuerte que suele aparecer en los tratamientos y  para aceptar caminar a un ritmo que sea tolerable para el paciente. Coraje para no ser cómplices de la tontería humana, para invitar a un sujeto, con el tacto requerido,  a ver cómo él o ella se hace trampa. Czermak es más radical: habla de la estupidez y hasta de lo canalla en nosotros mismos. Él concibe al psicoanálisis en tanto instrumento, brújula contra la estupidez, para mantener a raya la propia estupidez y la estupidez que nos rodea. Para decirlo con nuestra teoría, el psicoanálisis ayer y hoy se propone la rectificación del sujeto en su relación con su real, con lo que lo maneja. ¿Qué me maneja? La invitación es a salir de la ceguera respecto de esto, con la confianza, la convicción de que cada quien algo puede asumir, si lo desea, respecto al real que lo concierne.

Los psicoanalistas estamos comprometidos – esa es nuestra responsabilidad en la transmisión – con una cierta idea no ingenua acerca del humano, donde el pacto de la palabra pueda cultivarse y renovarse una y otra vez en la relación con el otro, mi semejante.  Un pacto entre semejantes distintos, donde hay lugar para la diferencia. A propósito de la clínica actual,  hoy a menudo se intenta borrar esa diferencia, esa disparidad subjetiva, que recuerda que si nos quedamos en la dualidad, fácilmente caemos en la violencia del  “o tu o yo”. El psicoanálisis propone un pacto con los riesgos que eso implica, es decir sin garantía, pero con confianza y respeto. Es distinto de un contrato donde todo está programado y amarrado de antemano.

Retomo otro tramo de la trayectoria del psicoanálisis en nuestro país para dar testimonio del caminar del psicoanálisis lacaniano en nuestra latitud. El grupo que nació de la mano de Thibaut en un momento se fue a la punta del cerro. Creo que quien conducía ese grupo no supo vérselas con el hecho de que llegaba nueva savia, una savia diferente: personas jóvenes, con un acervo teórico más contundente posiblemente que las personas de “la primera camada”.  Más arriba mencionaba  el desafío de hacer lazo entre distintos. En esa oportunidad no se logró. Ingenuidad, temas de poder…Quiebre, dolor, decepción y desamparo. Pero, como me recordaba recientemente Danièle Brillaud, cuando se rompe, cuando muere un grupo…pues bien, nacen otros. Confieso que no lo había visto así. En definitiva creo que lo fundamental es que el trabajo no muera. Y no ha muerto. Ahí hay una pregunta importante me parece: ¿qué sostiene el que el psicoanálisis siga vivo? Pues ahora mismo, en octubre de 2019 lo hemos visto extremadamente vivo, con ganas de participar, teniendo algo que decir, tomando posición públicamente ante los hechos. Éste es definitivamente un psicoanálisis que sale de su encierro.

A poco andar, luego de unos años, nació el Grupo psicoanalítico PLUS, del que formo parte.  Estábamos a finales de los 90. Ese grupo se constituyó con antiguos miembros del grupo que se había deshecho y gente nueva que fue llegando paulatinamente. Ya no tantos francófonos. Una nueva generación de clínicos con su formación de base llevada a cabo en diversas universidades de Santiago y de provincia. Hoy hay al menos tres generaciones de miembros y participantes en nuestro pequeño grupo que ya lleva más de 20 años caminando juntos. Perseverando. Intentando sostener lo que entendemos es la ética del psicoanálisis, aquella que dice relación con la dignidad del ser hablante y su pacto de palabra con su semejante. Una mirada clínica, sensible también a lo que sucede en nuestra sociedad, haciéndonos responsables de nuestro decir y de nuestro hacer. Hay un qué y un cómo. Se va creando un estilo de trabajo. En nuestro caso invitando a que cada quien se implique personalmente en la tarea formativa. El grupo anima, acompaña, propicia una atmósfera de confianza. Todos alrededor de asuntos a menudo difíciles que nos solicitan compromiso, tiempo, abrirnos la cabeza para dialogar tanto con la teoría como con el real que nos toca ir enfrentando. Estamos lejos de ser un “grupo ideal”. Valoramos y cuidamos lo que hemos creado.

Luego de que el primer grupo psicoanalítico lacaniano comenzara su vida en Chile, comenzaron a formarse varios otros, vinculados en parte a nuevas personas que llegaban al país. ¡Una vez más! Personas provenientes de Argentina, de Perú, de Venezuela, si no me equivoco. Algunos de estos grupos han perdurado en el tiempo; los hay pequeños y otros no tanto. Desarrollan un trabajo contundente. El psicoanálisis lacaniano  ha llegado también a varias de nuestras universidades y ha tenido en algunas de ellas un desarrollo importante. Sin explayarnos aquí en la diferencia del método de trabajo alrededor del psicoanálisis en la universidad y en un grupo de formación de analistas, digamos que son ámbitos diferentes, cada uno con su pertinencia. La universidad distribuye saberes, conocimientos, lo que es necesario. Una asociación de analistas está compuesta por personas que se agrupan para trabajar conjuntamente sus preguntas e inquietudes, procediendo muchas veces por balbuceos, a tientas… Es importante, me parece, la distinción de  lugares, no la descalificación de unos por otros.  En ambos está por cierto presente la dimensión de la transferencia, sin la cual no hay trabajo posible.

Hoy se hace psicoanálisis en Chile mucho más allá de Santiago. A veces en lugares aislados incluso. Dos ejemplos:  Parral y Marchigüe. Y se lleva a cabo en un sinnúmero de espacios que trascienden la consulta privada o el servicio de psiquiatría de un hospital. Esto tiene relación con la “viralización” que mencionaba.

Por cierto los grupos psicoanalíticos tenemos una responsabilidad en la formación de esos clínicos que van a  trabajar en cárceles, centros de rehabilitación para personas que consumen droga, consultorios periféricos, centros de acogida, casas de encuentro para padres e hijos pequeños…etc.

Nuestro grupo creó hace mucho un consultorio en su seno para atender a personas que no pueden pagar las tarifas de la clínica privada. No somos la única agrupación de analistas que ha tenido esa iniciativa.

Actualmente quienes quieren formarse como clínicos psicoanalíticos en nuestro país, tienen mucho más que un único lugar de referencia donde acercarse.  Me parece algo bienvenido.

Podemos decir que hoy el psicoanálisis  circula y se ha expandido en Chile, qué duda cabe, y  que un trabajo clínico inspirado en el psicoanálisis es posible para una población mucho más amplia de lo que era hace 30 años atrás. Esto tiene que ver también con la creatividad y la audacia de nuevas generaciones para hacer algo con esta mirada en circunstancias y espacios distintos a los tradicionales y que tienen que ver con nuestra actual realidad chilena.

Inspirados y enseñados en la potencia del pacto de la palabra – insisto en la hermosa palabra pacto – con la esperanza de contribuir tal vez a la creación de un nuevo pacto social, distinto del modo de relación en el que hoy estamos inmersos, que de pacto no tiene nada, los analistas podemos participar como un actor más en el proceso de hacer cultura, de hacer sociedad.